Un joven y prometedor abogado de Philadelphia, Andrew Beckett, es
despedido del prestigioso bufete en el que trabaja al conocerse que ha
contraído el sida. Decide demandar a la empresa por despido
improcedente, pero en un principio ningún abogado acepta defender su
caso.
Hubo que esperar casi un siglo de cine para que Hollywood reconociera
por fin con un Oscar el papel de un homosexual, un hombre corriente sin
connotaciones extrañas, amaneramientos ni promiscuidades pecaminosas.
Eso sí, el golpe de concienciación vino sacudido por una terrible
enfermedad a la que la soleada California no le es ajena, ni mucho
menos. Demme venía de dirigir nada menos que “El silencio de los
corderos”, Hanks estuvo magistral y Denzel Washington la da una réplica
perfecta en una conmovedora película con la excelente canción de Bruce
Springsteen como “bandera sonora” perdurable. Independientemente de que
nadie nos explicara el porqué de su título (aparte lógicamente de estar
ambientada en dicha ciudad), “Philadelphia” es una espléndida película
en la que Tom Hanks se llevó el Oscar por no besar a Banderas y por
explicar ópera a los que no vamos a la ópera
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